El fin de una época
El mercantilismo fue una idea dominante desde el siglo XV hasta el siglo XVIII. Como señala Charles Wyplosz,
a menudo se presenta por sus aspectos comerciales, pero en realidad forma parte de una concepción más amplia de las relaciones internacionales, que puede aparecer atractiva para un inversor inmobiliario. El mercantilismo parte de la idea de que el comercio es un juego de suma cero, es decir que las ganancias de un comerciante se logran a costa de las pérdidas de sus competidores. Desde esta perspectiva, reducir las importaciones permite aumentar la producción local. La sencillez intuitiva de esta idea es lo que aseguró su éxito, el de sus múltiples versiones posteriores, y lo que explica que su poder de persuasión siga siendo fuerte hoy en día. De hecho, el error de razonamiento implícito que la sostiene fue uno de los principales motivos que llevaron, en el siglo XVIII, a la creación de la economía como disciplina autónoma. Ese error consiste en ignorar que el comercio internacional es, ante todo, un intercambio. ¿Por qué pagar más caro algo que puede producirse más barato en otro lugar, permitiendo además que esos productores extranjeros nos compren los bienes en los que nosotros somos más competitivos? El comercio permite así que todos los consumidores accedan a una mayor cantidad de productos. No es un juego de suma cero: todos ganan.
La especialización según ventajas comparativas estáticas, enunciada por David Ricardo en 1817, puede, no obstante, favorecer sistemas productivos sin diversificación y complejidad suficientes, menores capacidades de innovación y mayores vulnerabilidades frente a los avatares de los mercados mundiales, factores que reducen las ventajas del comercio en el largo plazo. Los países que basan su crecimiento en exportaciones y que enfrentan una demanda inelástica en el mercado mundial, pierden con el comercio al enfrentar términos del intercambio (cuánto se obtiene de importaciones con una unidad exportada) desfavorables y empobrecedores. En cambio, los países que exportan bienes cuya demanda externa es elástica ganan siguiendo estrategias de crecimiento exportador, como en el caso canónico de países del sudeste asiático y de China, que han logrado reemplazar a los productores industriales tradicionales en proporciones significativas de los mercados con una ventaja competitiva y un saldo comercial positivo con el resto del mundo. Los Estados-nación y las influencias geo-estratégicas que pueden ejercer inciden en la creación de capacidades científicas, tecnológicas y productivas que se autoalimentan y en el suministro de recursos para la producción. Esas influencias moldean la creación de ventajas competitivas y de ventajas comparativas estáticas y dinámicas en el comercio internacional y las posiciones relativas entre centros y periferias.
Los economistas convencionales han sostenido que el comercio internacional mejora el bienestar, aunque aceptan que puede redistribuir los ingresos. Aseguran que, bajo ciertas condiciones, las ganancias de los beneficiados son más que suficientes para compensar las pérdidas de quienes sufren los efectos adversos de la competencia externa. Esta creencia en la capacidad del comercio para generar mejoras de tipo paretiano (es decir, que al menos alguien mejore sin que otros empeoren) los convirtió en defensores de primera línea de la liberalización generalizada del comercio. No obstante, la teoría básica también sostiene que el comercio internacional no mejora el bienestar de todos, como señalan Krugman & Obstfeld en su manual de economía internacional:
los propietarios de los factores abundantes de un país se benefician del comercio, pero los propietarios de los factores escasos de ese país pierden. (...) Comparado con el resto del mundo, Estados Unidos tiene una dotación abundante de mano de obra altamente calificada, y (...) la mano de obra poco calificada es, en consecuencia, relativamente escasa. Esto significa que el comercio internacional tiende a perjudicar a los trabajadores poco calificados en Estados Unidos —no solo de manera temporal, sino de forma sostenida.
Durante las primeras décadas de la era de Bretton Woods, la mayor parte de los flujos comerciales manufactureros se dieron entre naciones con niveles de ingreso relativamente similares, lo que ayudaba a suavizar los impactos distributivos. En Estados Unidos y Europa Occidental, las economías crecieron como nunca antes con las liberalizaciones comerciales después de la segunda guerra mundial, sin mayores consecuencias en la distribución del ingreso, y siguieron manteniendo un crecimiento significativo en la etapa de la globalización desde 1980. La década de 1970 fue la época dorada de la industria en Estados Unidos, en la que la manufactura representaba un cuarto del empleo total (en la guerra alcanzó un 49%), a comparar con menos de una décima parte en la actualidad.
Las visiones sobre cómo el comercio afecta los salarios y el empleo se volvieron menos optimistas en la década de 1990 a medida que aumentaba la desigualdad salarial y caían los sueldos y el empleo de los trabajadores menos calificados en Estados Unidos, pero los estudios no encontraron que el comercio hubiera tenido efectos distributivos sustanciales en las economías desarrolladas, ni para los trabajadores poco calificados en particular, ni para los factores o sectores que competían con las importaciones en general. Los desarrollos posteriores, en cambio, llevaron a reafirmar que, en palabras de Autor, Dorn y Hanson,
si bien los resultados de los estudios en la materia no sugieren que el comercio internacional sea, en términos agregados, perjudicial para las naciones —de hecho, el ascenso sin precedentes de China desde una situación de pobreza generalizada es un testimonio del poder transformador del comercio—, dejan en claro que el comercio no solo genera beneficios, sino también costos significativos. Entre estos costos se encuentran los distributivos, reconocidos desde hace tiempo por la teoría económica, y los costos de ajuste, que la literatura ha tendido a subestimar. Comprender mejor cuándo y dónde el comercio resulta costoso, y cómo y por qué puede ser beneficioso, es una tarea central en la agenda de investigación de los economistas del comercio y del mercado laboral. Desarrollar herramientas efectivas para gestionar y mitigar los costos de ajuste asociados al comercio debería ser una prioridad para los responsables de política económica y para los economistas aplicados.
La desindustrialización posterior a la etapa “fordista” y la redistribución interna regresiva de los ingresos alimentada por el cambio tecnológico y la desarticulación en escala nacional de las condiciones de la producción y el consumo, implicó un debilitamiento de la participación del trabajo en el ingreso en Estados Unidos y prácticamente en todo el mundo. En las naciones de altos ingresos emergieron nuevas actividades con mejores salarios, pero en zonas distintas de las más afectadas por la pérdida de empleos. En Estados Unidos, los trabajadores despedidos no se trasladaron en busca de nuevas oportunidades y tuvieron dificultades para competir por buenos empleos en sus comunidades, muchos de los cuales requerían un título universitario. Encontraron trabajo en empleos de servicios que pagan una fracción de lo que ganaban antes en las fábricas, o bien abandonaron la fuerza laboral. Las tasas de empleo entre los hombres bajaron y las tasas de adicción y de muertes prematuras aumentaron.
El proceso de globalización se tradujo en que las corporaciones multinacionales con sede en Estados Unidos, y en otras partes del mundo industrializado, fueron acentuando desde los años 1980 una lógica de producción en cadenas deslocalizadas e integradas. Podían de ese modo reducir los costos en diversos segmentos del proceso productivo, que va desde el diseño de productos y plantas (usualmente retenido en los lugares de origen) a la producción intermedia, el ensamblaje final y la comercialización. Pudieron ser más competitivas y disminuir los precios para los consumidores y aumentar la producción y las utilidades aprovechando los salarios más bajos y los insumos más baratos en las nuevas localizaciones. El costo del transporte internacional se hizo más asequible, en especial con la revolución de los contenedores y, simultáneamente, el valor relativamente alto del dólar hizo que los bienes producidos por los exportadores de Estados Unidos fueran menos competitivos, aumentando los déficits comerciales de ese país.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, las importaciones representaban solo el 3% del producto interior bruto (PIB) de Estados Unidos, mientras actualmente el volumen de las importaciones representa cerca del 15% del PIB, aunque la relación entre el comercio de mercancías y el PIB en las naciones de altos ingresos aumentó de forma pronunciada durante la década de 1970 y se estabilizó después de eso. Los consumidores y productores estadounidenses sumaron más y más compras en el extranjero de un valor superior al de los productos estadounidenses vendidos al exterior. El déficit comercial de Estados Unidos representó un 3-4% del PIB entre 1995 y 2024 y pasó de 500 mil millones de dólares en 2005 a 918 mil en 2024. El de bienes pasó de 730 mil millones a 1.212 mil millones, en contraste con un superávit del comercio de servicios que pasó de 230 mil millones a 293 mil millones en el mismo período. Como señala Ricardo Haussman, Estados Unidos registra este considerable superávit en el ámbito de los servicios
gracias a sectores como las finanzas, las telecomunicaciones, el comercio digital, los servicios empresariales de alto valor y la concesión de licencias de patentes y derechos de autor estadounidenses. Y esta cifra solo refleja las ventas directas de Estados Unidos a los consumidores extranjeros, cuando, en realidad, la mayoría de las grandes empresas estadounidenses operan a nivel internacional a través de filiales en el extranjero. En 2024, los beneficios procedentes de las actividades en el extranjero ascendieron a 632 mil millones de dólares. Si se tienen en cuenta estos beneficios, el superávit comercial invisible de Estados Unidos se aproxima a 1 billón de dólares.
El déficit comercial de bienes de Estados Unidos con China representa una cuarta parte de su déficit total (295 mil millones de dólares), cifra inferior a la de los años 2012-2022 por las medidas aduaneras introducidas por Trump durante su primer mandato y luego mantenidas por Biden, que han provocado una reorientación de las importaciones estadounidenses desde China hacia otros países, como México y Vietnam. En cambio, el superávit de Estados Unidos en servicios alcanzó 293 mil millones de dólares. Con la Unión Europea, Estados Unidos mantiene un déficit en el comercio de bienes (157 mil millones de euros en 2023), que se compensa en buena parte con un superávit (109 mil millones) en los intercambios de servicios.
Las inversiones en Estados Unidos desde otras economías y el carácter del dólar como valor refugio y divisa internacional financiaron el déficit comercial. Según el Bank of International Settlements, en esa moneda se realiza cerca del 90% de las transacciones de divisas y se denomina en dólares un 70% de las deudas en divisas, un 58% de las reservas oficiales y el 54% de las facturas de comercio exterior a nivel mundial.
El proceso de globalización tuvo como consecuencia aumentar el peso económico de países que, como China, recibieron fuertes inversiones industriales desde Occidente y expandieron notoriamente -en un tiempo histórico tan corto como el de cuatro décadas- su capacidad de exportar manufacturas al mundo entero, incluyendo en la etapa actual bienes de alto contenido tecnológico. China expandió rápidamente su participación en la manufactura global, a expensas de Estados Unidos y otras potencias industriales tradicionales, pero también de países de menos ingresos, en especial desde su integración en la Organización Mundial del Comercio en 2001. La participación de China en la manufactura global pasó de 6% en 2000 a 32% en la actualidad, y sigue creciendo. Su producción industrial es ahora mayor que la manufactura combinada de Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea del Sur y el Reino Unido.
Entre 2015 y 2023, tanto el PIB de India como el de China crecieron a un promedio de 5,8% anual, expandiendo su capacidad tecnológica. Aunque China no ha avanzado hacia una economía de menor inversión y mayor consumo como sería recomendable (la inversión como proporción del PIB ha aumentado en medio de una burbuja inmobiliaria gigantesca, con políticas que fomentaron la inversión en industrias con una capacidad excedentaria que ha concentrado en la exportación), su producción representó en 2023 un 19% de la economía mundial a paridad de poder de compra. La de India alcanzó un 8%, mientras la de Estados Unidos representó solo un 15% y la de la Unión Europea un 14% (más un 2% de Reino Unido). La de América Latina y el Caribe sumó un declinante 7% del total mundial (y la de Chile solo un 0,3%).
El auge de China como una potencia competitiva, que subvenciona de manera exitosa a las empresas que suben en la escala de complejidad industrial, terminó por ser una preocupación de orden estratégico. La presidencia de Obama inauguró una política de contención de China. Impuso un arancel específico del 35 por ciento entre 2009 y 2012, acusando a China de vender neumáticos a precios de dumping en el mercado estadounidense. Esto fue seguido de más medidas proteccionistas en el primer gobierno de Trump, con un arancel de entre 10% y 50% sobre una amplía gama de productos chinos. Y cuando la presidencia de Biden heredó esos aranceles, decidió mantener la mayoría y amplió restricciones a las exportaciones de tecnologías de punta hacia China. Puso en práctica un enfoque de política industrial estimulando inversiones en energía verde y bienes tecnológicos, en base a subvenciones que requerían situar la producción en Estados Unidos. Ese enfoque —que rompió reglas de la Organización Mundial de Comercio y en parte seguirá vigente gracias a las inversiones ya aprobadas— es ahora reemplazado por el uso intensivo por el nuevo gobierno de Trump del arma arancelaria. Funcionarios de Biden apoyaron una postura inicial de subir sustancialmente los aranceles sobre los vehículos eléctricos chinos, como también hizo la Unión Europea en 2024 (de hasta 35,3%), pues temían que la empresa china BYD —el mayor fabricante mundial de vehículos eléctricos— pudiera tomar una parte significativa del mercado estadounidense con sus menores precios y creciente calidad. Pero veían, como Brad Setser, ahora investigador del Consejo de Relaciones Exteriores, los aranceles en tanto herramienta defensiva y específica, en lugar de una solución para la pérdida crónica de empleos:
en la mayoría de los casos el resultado final de los aranceles es que no resuelven un déficit comercial; simplemente significa que se comercia menos, se importa menos, se exporta menos, y el déficit general típicamente no cambia.
Las medidas de Trump y los efectos del nuevo proteccionismo
Donald Trump inició su segundo gobierno estableciendo, con idas y venidas, un arancel (impuesto a las importaciones) de 20% a los productos provenientes de China, de 20% a las compras de aluminio y acero en el exterior y de 25% a las de automóviles (que se suma al arancel del 2.5% para automóviles de pasajeros).
El 2 de abril decretó un arancel de 10% a todos los productos de todos los países (incluyendo islas deshabitadas), con la excepción de los que no se elaboran en Estados Unidos o se producen en cantidad insuficiente (como el cobre y maderas chilenas) y de los productos de México y Canadá que cumplen con las reglas de origen establecidas en el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá. Para los automóviles que no cumplen con esas reglas, se aplicará el nuevo arancel, pero se permitirá certificar el contenido estadounidense de estos vehículos, de manera que se aplique el impuesto solo al valor del contenido no estadounidense. Por ejemplo, si un automóvil fabricado en México tiene un 40% de contenido estadounidense, el arancel se aplicaría al 60% restante del valor del vehículo, resultando en un arancel efectivo del 15%. Las autopartes que cumplen con las reglas de origen del T-MEC están exentas del arancel del 25% hasta que el Departamento de Comercio de Estados Unidos establezca un proceso para determinar y aplicar aranceles al contenido no estadounidense.
El gobierno de Trump se ha propuesto establecer, además, aranceles adicionales según un índice fantasioso de proteccionismo de otros países, que incluye el déficit comercial de bienes pero no el de servicios, el nivel de aranceles sobre productos de Estados Unidos, manejos del tipo de cambio y factores ignotos y presumiblemente lisa y llanamente arbitrarios. Los aplicables a China son los de mayor magnitud y alcanzaron en una primera etapa a 54% (con un 34% adicional al 20% previo y con la posibilidad de que se agregue otro 25% si China (lo que también aplica a otros países) sigue comprando petróleo a Venezuela, aumentados en la escalada posterior. El aplicable inicialmente a aliados de Estados Unidos como Taiwán es de 32%, a Corea del Sur de 26%, a Japón de 24% y a la Unión Europea de 20%.
En 2023, según la Organización Mundial del Comercio, Estados Unidos mantenía una tasa arancelaria promedio ponderada por el comercio de 2,2 %, en comparación con 3,9% en México, 3,4 % en Canadá, 3 % en China, 2,7 % en la Unión Europea, 1,9 % en Japón y 1,7% en Suiza. En India es de 12% y en Vietnam de 5,1%. En Chile, el arancel ponderado es de 1%, dados los múltiples acuerdos de libre comercio.
Por el lado de los costos, la buscada reducción del déficit comercial de bienes expondrá la economía estadounidense a represalias de otros países con aumentos de aranceles a sus exportaciones industriales y agrícolas y restricciones en ámbitos como los servicios, la propiedad intelectual y las inversiones, que podrían implicar los mayores costos de largo plazo.
Por el lado de los beneficios, el gobierno de Trump supone que los aranceles aumentarán la producción de bienes finales e intermedios en su territorio, pues su producción doméstica dejará de ser sustituida por equivalentes importados más baratos. Dada la complejidad actual de las cadenas globales de producción, esto podría demorar años, bajo el supuesto de que estos aranceles perdurarán. La duda en la materia será un factor de contracción de la inversión y, entretanto, muchos productos serán más caros en Estados Unidos, desde automóviles hasta dispositivos electrónicos y alimentos.
El caso de Apple, la empresa de más alto valor bursátil en el mundo, ilustra las complejidades de intentar modificar abruptamente las localizaciones de producción y las corrientes de comercio a través de aranceles. El directivo Tim Cook, en una conferencia a finales de 2017, afirmó que China era uno de los pocos lugares donde Apple podía encontrar de manera confiable a personas capaces de operar las máquinas de última tecnología que fabrican sus productos:
en Estados Unidos, podrías convocar una reunión de ingenieros especializados en máquinas-herramientas, y no estoy seguro de que pudiéramos llenar la sala. En China, podrías llenar varios estadios de fútbol.
Cuando Trump impuso aranceles a China en 2018, Apple comenzó a trasladar más producción de iPads y AirPods a Vietnam y de iPhones a India. Pero Trump anunció ahora que Estados Unidos impondría aranceles de 46% a Vietnam y de 26% a India. Y dado que China está siendo afectada por aranceles del 54% y que se ensambla en ese país la mayor parte de los iPhones por la empresa taiwanesa Foxconn, el precio de la mayoría de estos dispositivos de 1,000 dólares aumentaría en Estados Unidos a aproximadamente 1,300 dólares. Foxconn comenzó a operar en China en 1988 y es hoy uno de los mayores fabricantes por contrato del mundo (y uno de los mayores empleadores privados del país), lo que abarca desde teléfonos inteligentes hasta vehículos eléctricos, aunque no vende nada con su propia marca.
Estas relaciones productivas intrincadas no podrán ser reestructuradas de un día para otro sin consecuencias significativas para los países involucrados. Los perdedores del ciclo de auge de las importaciones desde China estaban territorialmente concentrados, mientras los ganadores —básicamente los consumidores estadounidenses— estaban dispersos. Esta vez, unas pocas industrias podrían beneficiarse, mientras la economía en su conjunto sufriría, incluyendo el comercio y los consumidores y en particular los agricultores y exportadores que sean objeto de aranceles de represalia. Entre tanto, los fabricantes de automóviles, las empresas tecnológicas y aquellas basadas en cadenas de suministro globales complejas tendrán dificultades para adaptarse a un sistema comercial lleno de incertidumbre. El gobierno podría lograr que las empresas trasladaran más partes de sus cadenas de producción de vuelta a Estados Unidos, pero tendrían que construir nuevas fábricas y buscar nuevos proveedores. En los casos de piezas o equipos que ya no se fabrican dentro del país, las empresas tendrían que reconstruir sus cadenas de suministro, en un contexto en que el mercado laboral estadounidense enfrenta una escasez de ciertos trabajadores especializados, agravada por la expulsión de inmigrantes: formar a una nueva generación de soldadores, mecánicos de control numérico o técnicos en diseño asistido digitalmente toma años. Incluso los partidarios de las políticas comerciales de Trump consideran que sería mejor introducir los aranceles de forma gradual, para dar tiempo a las empresas a adaptarse.
En todo caso, el déficit comercial de bienes de Estados Unidos era superior cuando Trump dejó el cargo que cuando llegó y ha crecido desde entonces: pasó de 870 mil millones de dólares en 2018 a 1.173 mil millones en 2022, y luego a 1.203 mil millones en 2024. El crecimiento del empleo manufacturero también se ha estancado desde 2019, a pesar de las iniciativas de la era Biden. Esto se debe en buena medida a que, a pesar de un auge en la inversión que la nueva política de Trump podría eventualmente ampliar, las fábricas modernas automatizadas funcionan con menos trabajadores (y más calificados) por unidad producida, lo que hace difícil considerar como algo viable un retorno del empleo industrial en los niveles y condiciones de calificación de antaño en Estados Unidos.
En el corto plazo, al encarecerse los bienes y servicios en la mayor parte del comercio mundial por la suma de las medidas de Trump y las futuras respuestas de los países afectados disminuirán al menos en parte las cantidades demandadas y se contraerán los intercambios en una magnitud aún incierta. En cada país, el efecto será disminuir su PIB por menores exportaciones a Estados Unidos, en proporciones que dependerán de la magnitud de éstas y de la capacidad de producir un desvío de comercio a otras partes en las magnitudes suficientes.
Las exportaciones representan un 21% del PIB de China y aquellas a Estados Unidos un 3%. Si China ve colapsadas parte de sus exportaciones de bienes a Estados Unidos por los altísimos aranceles que ahora se le aplicarán, por ejemplo la demanda por cobre chileno incluido en esos bienes será menor, con una baja en los precios y en los ingresos por exportaciones de cobre en Chile. Un posible efecto de ganancia de competitividad para algunos países será que verán aumentados en menor magnitud que otros los aranceles de importaciones desde Estados Unidos o que podrán competir mejor con los productos norteamericanos que sean objeto en terceros países de represalias arancelarias. pero será un efecto de menor cuantía.
En Estados Unidos, se producirá un cambio en los precios relativos. Los bienes importados serán más caros, salvo que los exportadores de terceros países absorban el pago del nuevo arancel disminuyendo sus utilidades. Pero ocurrirá un traspaso al menos parcial a los precios cobrados a los consumidores o a los fabricantes en el caso de los bienes producidos internamente con insumos importados (más del 40% de las importaciones son bienes intermedios para la producción nacional). Los bienes cuyo consumo o uso intermedio es más sensible al precio verán su demanda disminuida en mayor medida. Además, disminuir las importaciones equivale a reducir la demanda de moneda extranjera, lo que favorece una apreciación del dólar que reduciría las exportaciones de Estados Unidos.
En la interpretación de Branko Milanovic, el abandono en curso del proyecto de globalización neoliberal
está ocurriendo por (1) la competencia geoestratégica con China y porque (2) esas políticas neoliberales han sido perjudiciales, a nivel interno, para las clases medias de los países occidentales.
Y agrega:
Quizás tenemos que crear un nuevo sistema que permita la existencia de bloques comerciales y tarifas aduaneras, que excluya la migración laboral y la transferencia de tecnología, pero que al mismo tiempo esté codificado y explicado de manera clara al resto del mundo. Sin embargo, hasta ahora, nadie ha mencionado siquiera que (como mundo) necesitamos construir un sistema así. Por eso estamos actualmente en una situación en la que las reglas simplemente ya no existen. Están siendo aplicadas de manera totalmente ad hoc: un conjunto de reglas se utiliza en un país o en un grupo de países, y otro conjunto de reglas en otro grupo distinto. Todo esto se justifica en nombre del interés nacional. No es una posición ilegítima, pero hay que ser claro respecto a lo que implica. Implica el retorno a políticas mercantilistas, donde los intereses de cada país individual son lo primordial. También significa el abandono de cualquier perspectiva cosmopolita o internacionalista, donde las reglas, al menos en principio, se aplicaban de forma universal. Ya no tenemos reglas universales, y el principal responsable de esa ausencia no es Trump, sino una concepción del mundo en la que el interés político interno y las llamadas preocupaciones de seguridad nacional están por encima de todo lo demás. No estamos viviendo en un mundo de globalización, sino en un mundo de regionalismos fragmentados e incluso de nacionalismos.
Muchos gobiernos buscarán llegar a un acuerdo con Trump para reducir los aranceles que les ha impuesto, pero no saben cuál es su objetivo y qué es lo que quiere eventualmente a cambio. Trump ha planteado que los aranceles son recíprocos y forman parte de una estrategia de negociación, lo que implica que podrían ser temporales si otros países están dispuestos a negociar mejores condiciones para las exportaciones de Estados Unidos. Pero también ha afirmado que los aranceles buscan aumentar la recaudación fiscal y repatriar parte de la producción industrial, lo que requiere que sean permanentes: los aranceles no pueden recaudar ni repatriar si están llamados a desaparecer fruto de negociaciones entre países.
No se debe perder de vista que el neomercatilismo centrado en el comercio de bienes inspira la política de Trump, pero también lo hace, y quizás sobre todo, la voluntad de aumentar la recaudación tributaria mediante mayores pagos de aranceles. Esto tiene como finalidad financiar la disminución de impuestos a los grupos de altos ingresos y hacer permanentes las rebajas tributarias a esos grupos legisladas en su primer gobierno, junto a recortes drásticos en el gasto público a cargo de Elon Musk. Una menor carga tributaria estaría así financiada con un mayor peso de los impuestos al consumo, incluyendo los aranceles a los bienes importados. Pero estos impuestos afectan una proporción mayor de los ingresos de las familias y personas más pobres que aquella que afecta a las más ricas y son, por tanto, socialmente regresivos, lo que es congruente con la visión de sociedad jerárquica que encarna Trump. Como los déficits comerciales reflejan la disparidad entre el ahorro interno y la inversión interna, los recortes de impuestos de Trump para los multimillonarios ampliarán esta brecha si los aranceles no logran cubrirlos, como es previsible, porque los déficits fiscales restan al ahorro interno. Políticas como los recortes de impuestos para multimillonarios y corporaciones aumentan de este modo el déficit comercial.
Gracias por la explicación tan completa