Como siempre, se critica a las izquierdas desde múltiples ángulos por los defensores del actual orden oligárquico -o por los que se someten a él- además de las perennes reflexiones nihilistas contra la ilustración.
Hay una crítica que se repite: el apego a la razón impediría a las izquierdas entender los fenómenos actuales. Por ejemplo, el autor español Amador Fernández-Savater, recientemente de visita en Chile, postula que estos
tienen que ver con el cuerpo, que tienen que ver con el deseo, que tienen que ver con el malestar, que tienen que ver con algo no exactamente racional, digamos, se les escapan un poco…Creo que hay un esquema muy racionalista en la izquierda, heredero de la ilustración, del marxismo, de una tradición muy larga, que confía en la razón, en el discurso.
Sostiene Fernández-Savater que, en cambio, el malestar de la sociedad seguirá siendo caldo de cultivo de una nueva derecha que sintoniza con el dolor y el resentimiento:
Me parece que podríamos pensar que esta derecha que está surgiendo ahora, con Milei, Trump, tiene un punto de diferencia con respecto a una derecha de unos años atrás, en que solía ser liberal, conservadora, eran opciones de orden. Y ahora, sin embargo, la derecha juega a ser sistema y antisistema. Entonces, el propio presidente de Estados Unidos, es decir, la persona más poderosa del planeta, se presenta como antisistema, anti-establishment. Y ese tono en el discurso sintoniza con malestares que hay en la sociedad. Mientras que quizá antes la derecha apelaba más a un deseo de orden, de autoridad, de tradición, de familia, de trabajo, y ahora, sin embargo, sintoniza con un rechazo, con una potencia negativa.
Se olvida este autor que las izquierdas se han visto confrontadas desde el siglo XX no solo a la derecha conservadora sino a los fascismos y su "potencia negativa", antes y durante de la segunda guerra mundial con consecuencias catastróficas y en América Latina a las dictaduras militares con su secuela de represión y muertes. Se trató efectivamente del "asalto a la razón", en la expresión de Lukacs en 1954. Ahora reemerge un neofascismo que no es un fenómeno desconocido para nadie, y ciertamente no para las izquierdas. De muestra un botón: el hijo de un oficial nazi inmigrado clandestinamente a Chile, José Antonio Kast, cuya familia se vio envuelta en los asesinatos de campesinos luego del golpe en 1973 y que hoy lidera las encuestas en la derecha, acaba de dar en Temuco un ejemplo de falta de respeto de toda regla en un debate presidencial, desoyendo los tiempos asignados e irrespetando a la moderadora, y al que tuvieron que cortar el micrófono. Avasallar es la conducta que previsiblemente tendrá su sector político si accede al poder.
En todo caso Fernández-Savater describe del siguiente modo la situación actual:
me parece que hay un malestar con respecto al mundo que vivimos que permanece como puramente en una esfera de victimización. Es decir, me pasa algo, tengo malestar, hay alguien culpable de esto que me pasa. Pueden ser los inmigrantes o pueden ser las mujeres que ya no son lo que eran, o pueden ser los trans. Se eligen chivos expiatorios. Y yo creo que la extrema derecha es muy hábil en ofrecer al malestar victimizado chivos expiatorios que le dicen a la gente que una vez eliminados estos sujetos todo volverá a la normalidad.
La izquierda no entendería la irracionalidad y no podría hacerse cargo de ella. El autor señala que otra opción "sería responsabilizarse del malestar, hacer de él una energía de cambio”. Justamente ese es el tema: responsabilizarse del malestar. Lo que supone primero diagnosticarlo, y para eso no existen otros medios que los de la razón y sus métodos: indagar, reunir evidencia, establecer nexos de causa a efecto entre variables y fenómenos, contrastar opiniones, establecer conclusiones provisorias, testear respuestas y seguir periódicamente en la búsqueda de nuevas evidencias para mejorar las respuestas. La alternativa sería entregarse a la intuición, que siempre será un punto de partida pero no necesariamente un punto de llegada, o simplemente a los prejuicios, con una alta probabilidad de equivocarse. El método racional no garantiza ningún éxito, pero al menos facilita aproximarse a soluciones mediante el ensayo y el error.
Y junto con la razón cabe poner en juego los valores sociales, empezando por cuestionar las violencias verbales y físicas de quienes promueven el autoritarismo porque buscan chivos expiatorios a sus malestares y promueven las guerras entre naciones por visiones supremacistas. Y condenar la irracionalidad de los autoritarios y violentos y defender el imperio igualitario del derecho y de las libertades en el marco del respeto a derechos humanos universales, aunque se trate de un “megarrelato” que incomode a los posmodernos a la Lyotard. En la promoción de acciones colectivas contra las pulsiones violentas y destructivas, se debe utilizar las herramientas de la ley o, en ausencia de ellas, las de la legítima defensa y, en su caso, invocar el derecho a la rebelión contra las tiranías.
Tomar posición en este sentido en parte va más allá de las izquierdas y se extiende a demócratas y liberales, en buena hora. Pero las izquierdas, que por ser plurales usualmente difieren en sus respuestas, las buscan más allá de la defensa de valores comunes de convivencia civilizada y se proponen dar cuenta de las raíces de los malestares que se originan en las condiciones socio-económicas y sus asimetrías y en la cultura y la sicología de masas. Y ese es un terreno intelectual y moral que no se debe abandonar por modas post-modernas. De modo que la idea según la cual las izquierdas están obsoletas porque buscan entender racionalmente a las sociedades actuales es una idea escueta, por decir lo menos. Deben, más bien, persistir en procurar entender las causas políticas, sociales y culturales de su evolución y actuar en consecuencia, lo que también significa confrontar la idea de que los descontentos se canalizan de modo inexorable hacia violencias irracionales y discriminaciones arbitrarias. Entre medio están la política y las acciones colectivas de la sociedad civil.
Tomemos lo que está ocurriendo hoy por hoy en el mundo. ¿La respuesta al malestar que toma como chivo expiatorio las migraciones y las violencias del islamismo radical es la deportación violenta en un caso y buscar la exterminación de pueblos en el otro? ¿Qué más hay que entender para rechazarlo de plano y ofrecer alternativas constructivas de mejoría de las condiciones de vida de las mayorías y de respeto del derecho y la soberanía en la arena internacional?
¿Cual es la actitud a tomar frente a la escalada en el ataque de Israel y Estados Unidos a Irán, que sigue a sus acciones de destrucción genocida de Palestina y de inviabilización de los Estados circundantes, empezando por Líbano, Siria e Irak?
Primero cabe diagnosticar, usando la razón y el sentido de la ecuanimidad, que el enunciado de que Irán no puede tener un poder militar nuclear es equívoco si al mismo tiempo no se considera que Israel no reconoce tenerlo, aunque posee entre 100 y 200 cabezas nucleares, y se sustrae a cualquier obligación internacional de control. Israel y Estados Unidos actúan desde la voluntad de poder sin restricciones y son hoy Estados violentos que desprecian el derecho internacional, en lo que son aplaudidos por las derechas de todo el mundo, incluyendo Chile. ¿Qué más hay que entender?
Segundo, lo que hay que reivindicar es el derecho internacional, por muy relegado que esté hoy y aparezca como insuficiente e impotente. La alternativa es la ley del más fuerte, que es la principal bandera del neofascismo y de los autoritarismos de conquista en sus diversas expresiones. La prohibición del recurso unilateral a la fuerza es el principio fundamental del orden jurídico de posguerra. Solo si el Consejo de Seguridad vota y autoriza una guerra —o cuando un Estado es objeto de un “ataque armado”— podrá un Estado que haya ratificado la Carta de las Naciones Unidas recurrir a la fuerza contra otro Estado. Si bien ningún sistema jurídico es perfecto —y este no es una excepción, como muestran los conflictos globales actuales—, la Carta de las Naciones Unidas ha contribuido a producir la era más pacífica y próspera que el mundo haya conocido en la historia reciente.
Es el derecho internacional el que construyó instrumentos contra la proliferación nuclear, lo que se tradujo en tratados, porque está en juego la supervivencia humana frente a la capacidad y posibilidad de destrucción mutua general. El Tratado de No Proliferación Nuclear está en vigor desde el 5 de marzo de 1970 y restringe la posesión de armas nucleares para impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. No lo integran cinco Estados: India, Pakistán, Israel, Sudán del Sur y Corea del Norte. Solo a cinco Estados este tratado les permitió la posesión de armas nucleares: Estados Unidos (firmante en 1968), Reino Unido (en 1968), Francia (en 1992), la Unión Soviética (en 1968, sustituida por Rusia) y la República Popular China (en 1992). Se trata de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El camino de la negociación para impedir que Irán desarrolle un arma nuclear iniciado con un acuerdo en 2015 es el que abandonó el Estados Unidos de Trump en 2018 por presión de Israel y reinició las sanciones. En esta negociación fueron parte los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y la Unión Europea, potencias interesadas en impedir que Irán, y cualquier otro país adicional, se dote de armas nucleares. Si Irán no cumplía los acuerdos y controles, el arma era y es el de las sanciones de distinto tipo. La propia directora de Inteligencia de Estados Unidos Tulsi Gabbard declaró ante el Senado estadounidense que Irán no estaría construyendo un arma nuclear y que el líder Ali Jamenei no habría vuelto a autorizar el programa que ya estaría inactivo, a pesar de que las reservas de uranio enriquecido siguen aumentando según la agencia internacional de la ONU en la materia, lo que requería de más controles y sanciones luego que hace tres años que la agencia no puede acceder al país.
Pero Estados Unidos e Israel desecharon ese camino y prefirieron el uso unilateral de la fuerza militar y bombardear las instalaciones nucleares y militares, junto a diversos objetivos civiles, lo que ahora amenaza con desestabilizar todo el Medio Oriente, y de paso la economía mundial por la importancia de la zona en el abastecimiento global de petróleo.
El problema político central hoy no es de diagnóstico de unos u otros hechos, sino de acumulación legítima de fuerzas para responder a las amenazas autoritarias y violentas en escala internacional y nacional, en nombre del respeto de los derechos de los pueblos a la autodeterminación y del derecho internacional. Aunque la situación sea hoy extremadamente adversa.