La acusación de populismo suele usarse en el debate político como descalificación. En el plano académico, es un concepto que tiene variadas definiciones. Algunas de ellas, en el medio anglosajón, asimilan el populismo simplemente a recoger aspiraciones populares extendidas. El cientista político Cass Mudde plantea el tema del siguiente modo:
Defino el populismo como una ideología de núcleo delgado (thin-centered ideology) que considera que la sociedad está, en última instancia, dividida en dos grupos homogéneos y antagónicos: “el pueblo puro” y “la élite corrupta”… El populismo es una ideología, esto es, una visión del mundo, pero de núcleo delgado: abarca solo parte de la agenda política —por ejemplo, no tiene una postura propia sobre cuál es el mejor sistema económico o político. En consecuencia, casi todos los actores políticos relevantes combinan el populismo con una ideología vehicular (host ideology), normalmente alguna forma de nacionalismo en la derecha y alguna forma de socialismo en la izquierda.
También se puede definir como un estilo y corriente de opinión que propone soluciones simplistas frente a problemas complejos, sin considerar los tiempos y medios necesarios para enfrentar los desafíos de las sociedades y que prefiere identificar enemigos que descalificar y castigar, de preferencia entre los extranjeros y las elites. Y las más de las veces a sabiendas que son impracticables, por lo que hay en el populismo un cercano parentesco con la manipulación y la demagogia. Los tiempos de los cambios en las sociedades no son, en todo caso, compatibles con la inmediatez emocional, reactiva y polarizada que promueven las redes sociales, hoy el gran aliado e instrumento de las dinámicas populistas disruptivas.
Existe la variante del populismo de izquierda, que no considera los obstáculos para alcanzar objetivos de justicia social, y tampoco la necesaria secuencia de acciones graduadas en el tiempo que permitan evitar que esos objetivos se reviertan por el impacto de efectos no buscados o no suficientemente evaluados. Este tipo de populismo suele asimilar toda racionalidad estratégica con la traición de la voluntad, mientras se afinca con alguna frecuencia en intereses corporativos, acepta solo lo que quiere escuchar y/o descalifica lo que no se acople a los impulsos y climas del momento.
Una respuesta posible es contrastar esas posturas pero invitándolas a hacer converger la voluntad de cambio -siempre indispensable y saludable- con razonar y deliberar sobre las posibilidades de transformación en el presente, sin perder de vista el horizonte que se quiere alcanzar. Lo que las corrientes políticas transformadoras deben hacer es trabajar para alinear en cada etapa las capacidades institucionales y productivas con los objetivos públicos a perseguir habida cuenta de las situaciones existentes. Para eso se necesita una sociedad civil activa y un Estado dotado de capacidades de regulación y de acción, a la vez democrático y probo, y actores políticos que puedan separar las aspiraciones sociales legítimas de las que no lo son, aunque sean populares, y rechazar las actitudes discriminatorias, de apropiación abusiva de recursos y de obtención de ventajas a costa de otros.
Al gobernar, por otro lado, algunas izquierdas han llevado el realismo y la progresividad al extremo de la parálisis. O han contribuido a crear la percepción de connivencia con los poderes económicos, o con sus intereses corporativos o de clientelas, en ocasiones sustentadas en hechos, antes que practicar y proyectar determinación y persistencia en el logro sus objetivos de bienestar común.
Estos desgastes y deslegitimaciones son los que terminan por alimentar los populismos de izquierda... y de derecha.
El populismo de derecha recoge, por su parte, menos aspiraciones y más emociones negativas. Se alimenta de agresividades que canalizan resentimientos y rabias nacidas de malestares prolongados y de situaciones contingentes adversas de amplios sectores sociales. Por eso su audiencia crece cuando se vincula a la disolución de solidaridades propia del capitalismo contemporáneo y de sus crisis y mutaciones, que hacen más heterogéneas y asimétricas las relaciones sociales y más frecuente el aislamiento y pérdida de posibilidades de prosperar de diferentes categorías de individuos y grupos. Este es un factor de descontento que lleva al repliegue hacia estados de frustración y enojo que termina alimentado a las extremas derechas, aún en casos de aumento de la riqueza promedio pero en los que aumentan las expectativas no satisfechas.
Hoy vivimos en el mundo y en Chile una etapa de expansión del populismo de derecha. La sexta encuesta internacional de la empresa de investigación de mercados Ipsos recoge percepciones de más de 23 mil personas en 31 países, incluyendo Chile. El Informe Populismo 2025 refleja pesimismo y sensación de fractura social, alimentado principalmente por el descontento económico, el aumento de la brecha entre las élites y el pueblo y una oposición creciente a la inmigración. Según el informe,
incluso cuando la inflación retrocede desde los máximos históricos del período 2021-2023, la ansiedad económica sigue siendo generalizada. Muchos se sienten dejados atrás o expuestos a una creciente inseguridad financiera, temores que a menudo se ven intensificados por las recientes políticas económicas y comerciales, en particular las asociadas con la administración Trump…La percepción de un empeoramiento del panorama económico sigue erosionando la confianza pública.
El 57% de los ciudadanos en el mundo cree que su país está en declive, mientras el 56% percibe que la sociedad en la que vive está fracturada, especialmente en democracias occidentales como Alemania (77%), Estados Unidos (66%), Reino Unido (65%) y Francia (65%). También es el caso de Chile, que supera el promedio mundial en ambos temas: un 64% cree que el país está en declive y un 57% que la sociedad local está fracturada. Los encuestados chilenos son quienes más consideran que su país está en decadencia en Latinoamérica, por sobre Brasil (62%), Colombia (57%), Perú (56%), Argentina (55%) y México (44%). La percepción de declive ha aumentado 12 puntos porcentuales desde 2021, lo que se vincula a la baja popularidad del gobierno. Chile es superado en la percepción de fractura social en la región por Brasil (69%), Argentina (63%), Perú (61%) y Colombia (60%). Aunque viene disminuyendo en el país, es muy superior a la de Suiza (32%) o Singapur (22%).
El descontento se revierte sobre el sistema de representación: un 64% de los encuestados está de acuerdo con la afirmación según la cual “a los partidos y políticos tradicionales no les importa la gente como yo” (un 76% en Chile, solo superado por el 85% de Perú y el 77% de Sudáfrica). El 62% cree que “los expertos en este país no entienden la vida de personas como yo” (71% en Chile). El 68% (72% en Chile) expresa su acuerdo con que “la principal división en nuestra sociedad es entre los ciudadanos comunes y la élite política y económica”. Completando el rechazo a las élites políticas, el 52%, una proporción inferior pero mayoritaria a nivel global, aprueba la frase según la cual “la élite política y económica tiende a tomar decisiones basadas en sus propios intereses, mientras que las necesidades del resto de la gente no importan”. En Chile sube a 63%, solo superada por Hungría (69%), Perú (66%), Brasil (65%) y Argentina (64%). Estos puntos de vista son compartidos por una clara mayoría en casi todos los países y atraviesan generaciones y clases sociales.
La percepción de que la economía es manipulada para "favorecer a los ricos y poderosos" está fuertemente enraizada en las opiniones públicas (68%) y muestra pocos cambios en una década. Esta opinión está correlacionada con estar a favor de un líder fuerte que recupere al país de los ricos y poderosos (64%), pero resuena mucho más en las economías emergentes de Asia (Indonesia, 81%, Tailandia, 77%, Malasia, 76%) y en Sudáfrica (77%). En el caso de Chile, un 72% afirma que “la economía está manipulada”, percepción que ha crecido siete puntos porcentuales desde 2023 y que supera en cuatro puntos el promedio mundial (68%). En tanto, un 58% de los chilenos cree que “se necesita un líder fuerte para recuperar el país de los ricos y poderosos”.
El rechazo a la inmigración se ha convertido en un poderoso factor de crítica a los gobernantes y a la situación existente y se puede sostener que opera como chivo expiatorio de las dificultades económicas. Un 44% a nivel global cree que su país “sería más fuerte si detuviéramos la inmigración” y solo el 28% está en desacuerdo con esta afirmación. El 60% está de acuerdo en que “cuando los empleos son escasos, los empleadores deben priorizar la contratación de personas de este país sobre los inmigrantes”.
En Chile, el rechazo a la inmigración es todavía mayor. Un 65% de los encuestados afirma que “Chile sería más fuerte si detuviéramos la inmigración”, 21 puntos porcentuales por sobre el promedio global, sólo después de Turquía (78%) y Tailandia (71%). En tanto, en Chile hay un 65% de respaldo a la declaración “cuando escasean los puestos de trabajo, los empresarios deben dar prioridad a contratar a gente de este país antes que a inmigrantes” y un 51% a la frase “los inmigrantes les quitan el trabajo a los verdaderos chilenos”.
La primera vez que se publicó este estudio en 2016, ya estaba extendido un sentimiento antiinmigración en el mundo. Casi 10 años después, se ha acentuado considerablemente, con Chile como uno de los países más influenciados por esa postura.
En materia económico-social, en los 31 países del estudio el 57% rechaza el aumento de impuestos destinados a financiar un gasto público adicional, pero la mayoría apoya el aumento del gasto en todos los servicios públicos. El 55% de los chilenos está en contra del aumento de impuestos, pero hay un fuerte apoyo a gastar más en salud (86%), seguridad pública (85%), creación de empleos (79%), educación (78%) y reducción de la pobreza y la desigualdad social (72%). Los componentes principales de la agenda progresista siguen plenamente vigentes en la opinión pública, a pesar de lo que digan las opiniones neoliberales predominantes en buena parte del espectro político.
En materia de conducta política, un significativo 47% de la ciudadanía a nivel global dice estar de acuerdo con preferir “un líder fuerte dispuesto a romper las reglas” para “arreglar su país”. Pero es el caso de solo un 37% de los chilenos y chilenas. Una mayoría de 57% en Chile cree que los asuntos políticos más importantes deben ser decididos por el propio pueblo, a través de referendos. Este es un segundo factor, además del económico-social, que hace menos inexorable un triunfo de la extrema derecha en las elecciones de 2025, en tanto sean recogidos con suficiente fuerza por las representaciones progresistas.
Publicado en La Nueva Mirada.