Cuba ha sido objeto desde 1960 de un bloqueo inaceptable por parte de Estados Unidos y merece a ese título toda la solidaridad del resto del continente latinoamericano. El embargo incluye leyes y regulaciones que prohíben o restringen las relaciones económicas, comerciales, financieras, de inversión y turísticas entre Estados Unidos y Cuba. Fue impuesto por primera vez por la administración de Dwight D. Eisenhower sobre la venta de armas en marzo de 1958, durante el régimen de Fulgencio Batista, y luego en octubre de 1960, como respuesta a las expropiaciones de compañías estadounidenses en la isla tras la toma del poder por Fidel Castro y el Movimiento 26 de julio.
Cuba no puede usar el dólar en sus transacciones, acceder a créditos por parte de bancos estadounidenses o sus filiales, ni a créditos de instituciones multilaterales como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo. Desde 1992, el embargo estadounidense tiene insólitamente un carácter extraterritorial y establece sanciones a terceros países que acojan a subsidiarias de empresas cubanas y a barcos que comercien con Cuba. Aunque actualmente no está prohibida la venta de medicamentos a la isla, el embargo ha afectado la llegada de equipos e implementos médicos, entre otros suministros básicos.
El caso es que Estados Unidos comercia con otros estados como China o Vietnam, que tienen el mismo sistema político que Cuba. Esto demuestra que el bloqueo se propone en realidad inviabilizar la independencia de la isla, aunque sea al precio de castigar colectivamente a su pueblo. Recordemos que en 1898 una larga rebelión interna llevó al colonialismo español a ceder, pero no ante el pueblo cubano, sino ante Estados Unidos, que entretanto había invadido la isla, que a su vez debió conceder la independencia a Cuba en 1902. Esto culminó en 1909, pero manteniendo su dominio sobre Guantánamo.
La política estadounidense hacia Cuba mantiene un interés de dominio territorial, o al menos de subordinación, lo que vulnera evidentemente el principio de soberanía de las naciones. Trump ha acentuado la lógica propia de un imperio que históricamente ha buscado ocupar territorios próximos geográficamente (como fue el caso del norte de México en el siglo XIX), y ahora plantea, además, anexar Canadá, Groenlandia y Panamá. Todo esto es altamente condenable.
El hecho que nos ocupa es que el bloqueo ha provocado severos daños a la economía y al bienestar del pueblo cubano, lo que no ha impedido que el gobierno de Fidel y Raúl Castro y hoy de Díaz-Canel haya privilegiado -a un alto costo- la asignación de sus escasos recursos hacia la educación y salud.
No obstante, el régimen político cubano es de carácter autoritario y de partido único. No existe en ese país libertad de expresión, prensa, organización y reunión. La oposición política y las protestas sociales son reprimidas y existen presos de opinión.
Se podrá discutir si este esquema es una respuesta que se hizo históricamente necesaria para resistir el bloqueo estadounidense. Muchos consideramos que, en todo caso, nada impide que Cuba evolucione a un régimen de libertades que mantenga la independencia nacional.
Lo que está claro es que no se atienen a los hechos quienes, como Lautaro Carmona, presidente del Partido Comunista chileno, declaran que en Cuba existe "una democracia avanzada, una democracia popular, una democracia que junta la conducción con el sentimiento de la base". Lo que no tiene sentido es calificar al régimen político cubano como democrático, pues no lo es desde el ángulo de cualquiera de sus definiciones básicas: soberanía popular, libertades, pluralismo político, elección competitiva y periódica de autoridades y separación de poderes. Negar esa realidad ciertamente no ayuda al pueblo cubano y a la defensa de su soberanía. Tampoco ayuda a la consolidación de las democracias en América Latina apoyar a regímenes de caudillos que no respetan las libertades ni los derechos humanos como los de Nicaragua y Venezuela o alinearse con la Rusia de Putin y sus invasiones a países soberanos en nombre de la lucha contra una OTAN en entredicho. Por supuesto, debe darse por descontado que la lógica de la no alineación a potencias y la defensa de la democracia y los derechos humanos en todas partes debe ser consistente, y por ejemplo supone tanto no dar credibilidad a resultados electorales sin respaldo en Venezuela como no considerar normal una elección intervenida por estados de excepción en Ecuador. Esto no debe impedir mantener relaciones económicas de amplio espectro con países como China e India y también con Estados Unidos y Europa, en tanto sean mutuamente beneficiosas. Y no le corresponde a un país como Chile, marginal en el mundo, tener una política exterior que se dedique a pontificar sobre las demás naciones más allá de la reivindicación de valores universales, de principios básicos de convivencia internacional y de opción preferente por la coordinación latinoamericana.
A pesar de que la relación entre la Cuba revolucionaria y el PC chileno fue hasta 1973 bastante distante, Lautaro Carmona hoy se propone
reivindicar lo que todos conocen que es la posición del Partido Comunista de Chile de valoración altísima al heroísmo y a la determinación con la cual ese pueblo dirigido por su gobierno, su Estado, su partido, lleva adelante los desafíos de hoy, con un solo fin: lograr ganar esta batalla para mejorar las condiciones de vida de la población. Para este momento dado en que estoy hablando de este espacio internacional, todos mis reconocimientos en un proyecto que nosotros valoramos.
La idea de que los pueblos tienen "su" gobierno, "su" Estado, "su" partido, sin someterse a la soberanía popular y a la diversidad democrática, es decir el partido-Estado, da un poco de escalofríos, aunque Carmona aclara que
no tenemos ni en Cuba ni en otros puntos del mundo un modelo que vamos a seguir, nosotros debemos construir nosotros nuestro proyecto de acuerdo a nuestra realidad, a nuestra historia, pero también tenemos que saber respetar lo que otros pueblos hacen respecto de su proyecto y que es lo que valoramos y destacamos.
Uno se pregunta por las razones de peso que pudieran llevar a poner en riesgo la credibilidad nacional del PC chileno, cuya conducta es impecable en el apego a las reglas democráticas en el país. ¿Se trata de una "especialización ideológica geográfica" (democracia en Chile, apoyo a partidos-Estado en otras partes) para no romper con los resabios de una tradición estalinista y pro-soviética que ahora aboga por alinearse con todo régimen que se oponga a Estados Unidos? Pero esa no debiera ser una razón suficiente, pues de otro modo se termina con alineaciones en las actuales convulsiones del mundo con integristas violentos, talibanes y ayatolas teocráticos alejados de toda idea de república.
En suma, apoyar la independencia y autodeterminación de Cuba no puede confundirse con reivindicar como democrático a un régimen que no lo es, lo que se pudiera explicar -aunque sea discutible- por circunstancias de excepción que ya duran seis décadas. El apoyo a la soberanía de Cuba se justifica plenamente. El apoyo a un régimen que rechaza las libertades democráticas y reivindica un sistema de partido único es harina de otro costal. Se trata de una contradicción que en algún momento el PC chileno, que ha demostrado sabiduría en su larga historia, verá la manera de resolver.