Contra las alternativas autoritarias
En El Salvador, en Argentina, en Estados Unidos, en países europeos como Hungría, Italia o Eslovaquia, entre otros, ya gobiernan fuerzas de extrema derecha, mientras una ola reaccionaria recrudece en el mundo. Y puede llegar a Chile en las elecciones de 2025.
El avance de este tipo de gobiernos se agrega a las más clásicas dictaduras militares o los regímenes de partido único que persisten en el mundo, todo lo cual pone en evidencia la fragilización de las democracias en la época actual. Escribí tiempo atrás, y vale la pena reiterarlo, que cada tanto en una parte de las sociedades, en oleadas más o menos cíclicas, se hace mayoritaria la demanda de autoridad, jerarquía, orden y homogeneidad del discurso público, en contraste con la pluralidad en la circulación de ideas y opciones políticas y con la tolerancia democrática. Esto se expresa en una especie de hartazgo con la democracia y sus representantes más caracterizados. En algunos casos se llega a la descripción de Emmanuel Todd, quien vincula esta tendencia a la idea de nihilismo, definido como
la necesidad de destrucción de las cosas, de los hombres, de la realidad, que resulta en Occidente de una situación de vacío religioso, metafísico y de valores. Es un problema social e histórico.
El diagnóstico debe considerar ciertas características más permanentes de la subjetividad humana. El psicoanalista Charles Melman afirmaba que quien ejerce ese oficio parte de su experiencia y
constata rápidamente que el deseo esencial es ser guiado y no la libertad. Es una constatación pesimista pero que es mejor ver de frente si queremos responder a ella no solamente en la cura sino también en el registro político…El conflicto entre dictaduras y democracias desde el siglo V antes de Cristo comenzó con el conflicto entre Atenas y Esparta. El poder de Esparta fue fundado bajo un consenso popular. En Atenas todo el mundo discutía y las reuniones de las asambleas estaban marcadas esencialmente por el conflicto entre las personas, los intereses y las corporaciones. Pero en Esparta, todos los ciudadanos estaban de acuerdo y marchaban al mismo ritmo. Y como lo sabemos, nunca hemos resuelto esa oposición entre el desorden democrático y la uniformización de la sociedad.
Esto siempre ha facilitado las manipulaciones colectivas. En el paisaje mediático actual, siempre según Melman, cada uno viene “a vender su propia imagen, su propia opinión independiente del saber que podría justificar su palabra”.
La mayoría de las sociedades contemporáneas están moldeadas por tendencias globales de individuación en medio de relaciones de mercado generalizadas y de un debilitamiento de las identidades comunitarias de distinto tipo. A esto se agrega que una parte de las sociedades siempre ha tendido, en nombre de la no conflictividad y de supuestas jerarquías naturales, a admitir los privilegios y las asimetrías de poder originadas en las tradiciones, la concentración ilegítima de la economía y la cultura patriarcal. Esto va más allá de los beneficiarios directos de los privilegios y constituye una corriente conservadora estable y de amplitud variable, que en determinados períodos termina por hacerse del poder gubernamental, además de controlar el poder económico y mediático. Las dificultades y angustias individuales y sociales, cuando se transforman en agudas y prolongadas, buscan remitirse a alguna autoridad fuerte y a la creación de climas sin contradicciones ni contradictores de esa autoridad. Con frecuencia se construyen chivos expiatorios hacia los que canalizar la agresividad y el descontento. La cultura, la ciencia y los extranjeros y pueblos considerados ajenos y culpables de amenazas a la homogeneidad tribal y nacional, suelen ocupar ese rol, lo que ha dado lugar en la historia a los peores genocidios y crímenes contra la condición humana.
En la era del “egocenio”, en la expresión de Vincent Cocquebert, etapa en la que se pone por delante el culto del yo por sobre alguna idea de destino común, se refuerza el avance de los sectores dominantes en la interiorización de las relaciones de poder y su conversión en sentido común, incluso para quienes las padecen. Para Pierre Bourdieu, es una conducta socialmente construida que suele influir en los límites con los que se piensa e interpreta las percepciones sobre la realidad:
en cuanto instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y de conocimiento, ‘los sistemas simbólicos’ cumplen su función de instrumentos o de imposición de legitimación de la dominación que contribuyen a asegurar la dominación de una clase sobre otra (violencia simbólica) aportando el refuerzo de su propia fuerza a las relaciones de fuerza que las fundan, y contribuyendo así, según la expresión de Weber, a la ‘domesticación de los dominados’”.
La crítica de Byung-Chul Han a la sociedad contemporánea, por su parte, se centra en que se ha perdido cada vez más la capacidad de escuchar, dada
la creciente focalización en el ego, el progresivo narcisismo de la sociedad…En la comunicación analógica tenemos, por lo general, un destinatario concreto, un interlocutor personal. La comunicación digital, por el contrario, propicia una comunicación expansiva y despersonalizada, que no precisa interlocutor personal, mirada ni voz…Los medios sociales no fomentan forzosamente la cultura de la discusión…a menudo los manejan las pasiones. Los 'linchamientos digitales' constituyen una avalancha descontrolada de pasiones que no configura ninguna esfera pública.
En las oleadas reaccionarias se pierde toda disposición y tolerancia hacia el debate de ideas contradictorias, se las asimila a peleas inútiles cuando no ilegítimas y se deja de asumir que sin respeto a los saberes constituidos y a la voluntad de reconocimiento de realidades complejas, no hay creatividad, innovación y progreso material y humano posible.
Esto ocurre, paradojalmente, cuando las interdependencias sociales determinan más que nunca condiciones de vida como el acceso a la vivienda y los servicios urbanos, al empleo, a los ingresos, a la educación, a las atenciones de salud, a la movilidad y la seguridad cotidianas en ciudades vivibles. No puede sino constatarse que estas interdependencias inciden en la existencia de cada cual y en su capacidad de proyectar su vida con algún grado de autonomía, la que está lejos de depender solo de sus decisiones individuales. A esto se agrega el desafío global de las perturbaciones políticas, económicas y climáticas. En este último caso, su mitigación y adaptación requiere de grandes cambios guiados desde la esfera pública en materia de sistemas de energía, producción y consumo, al menos si se quiere preservar la vida humana tal como se conoce hasta ahora.
En cambio, las soluciones autoritarias mezcladas con el libremercadismo llevan a sociedades de conflictividad acentuada. El conservadurismo ideológicamente estructurado rechaza en nombre de una cierta idea de la libertad (aquella que justifica privilegios) las acciones para contener las desigualdades y disminuirlas en el tiempo y asegurar grados suficientes de igualdad de oportunidades y de acceso general a bienes básicos. Es paradojal que las opciones autoritarias y favorables a la desigualdad se recubran en algunas de sus variantes de un discurso de libertad, pues ésta no se puede manifiestamente ejercer sin condiciones de equidad.
Pero les resulta efectivo apelar a un espectro amplio de emociones negativas contra los grupos a los que atribuyen los males públicos, especialmente los extranjeros. Además atizan la animosidad contra las políticas e instituciones que históricamente se proponen canalizar los conflictos de interés socioeconómico con lógica de interés general o mayoritario. Y, más recientemente, resisten las demandas de resiliencia ambiental y de igualdad de género. Se aferran, además, a un discurso abstracto de mantención del orden, que se niega a reconocer que la delincuencia tiene causas sociales y culturales que no pueden ignorarse, más allá que el delito debe ser obviamente combatido siempre con la mayor firmeza.
La evidencia disponible muestra que las sociedades más seguras son las menos desiguales y las más integradoras de la diversidad y la participación, tanto en el plano de la criminalidad como de la estabilidad política (entre los autores más citados que demuestran esta afirmación están Richard Wilkinson y Kate Pickett y su texto The Spirit Level, 2009). El progreso sostenible de las naciones requiere de muchas cosas, pero desde luego de la libertad de pensar y crear, de expresarse individual y colectivamente y de actuar con reglas compartidas. No se ha inventado para este fin algo distinto y mejor que 1) los sistemas democráticos de generación, distribución y alternancia en el poder político y 2) las economías mixtas con servicios públicos extendidos y mercados y empresas autónomas regulados social y ecológicamente, en las que, además, avanzan formas de cooperación económica al margen del lucro individual.
Existen, por supuesto, particularidades históricas en las causas y efectos de la emergencia o consolidación de autoritarismos de derecha. especial relevancia tienen las situaciones en que las fuerzas democráticas gestionan inadecuadamente los asuntos públicos y terminan abriendo curso a las respuestas autoritarias. Los discursos de violencia ideológica y de discriminación racial e intolerancia hacia el distinto y el extranjero se agravan cuando las fuerzas democráticas se degradan y dejan capturar por el poder económico o dejan avanzar la corrupción en el Estado y el poder del crimen organizado. Y en especial cuando se asimilan o son asimiladas a conductas de incivismo, como la crisis evidenciada con las licencias médicas que refleja un deterioro generalizado, o en todo caso muy amplio, de la moral pública en Chile.
Por eso la gestión democrática de los asuntos públicos no puede hacerse de cualquier manera. Siempre debe tener a la vista que la agresividad humana individual y colectiva y las violencias se anclan en impulsos inconscientes de los sujetos y en la pulsión de muerte que acompaña a la pulsión vital, y que pueden desbordarse socialmente. Por tanto, requieren ser contenidos y canalizados con el reforzamiento de las comunidades de pertenencia, en vez de dividirlas, por ejemplo por consideraciones generacionales, y con proyectos que respeten el Estado de derecho, lo que supone la provisión consistente de políticas públicas que, dados los recursos disponibles, mantengan niveles suficientes de empleo, de equidad en los ingresos y las remuneraciones, de cobertura universal de riesgos y de soportes efectivos de la igualdad de oportunidades y de derechos, cuya interacción en el tiempo es lo que crea las culturas de convivencia o cuya ausencia es lo que termina por deteriorarlas. En este último caso, suelen sobrevenir crisis y altos grados de tensión social, respecto a los cuales la represión estatal, combinada o no con el libremercadismo, no resuelve nada.
En Chile, a pesar de los graduales avances en los derechos políticos, civiles y sociales, estamos viviendo una etapa especialmente polarizada por la resistencia de un modelo económico-social donde el poder sigue hiperconcentrado y por el resurgimiento del conservadurismo tradicionalista que descalifica el orden democrático expandido paso a paso desde 1990. Esto requiere, incluso más que en otras etapas, que los que apoyan la democracia como régimen político y consideran indispensable que los derechos fundamentales sean ejercidos por todos, y entre ellos los de la mujer, y que prevalezcan los valores de la solidaridad con y entre los sectores desposeídos de la sociedad, y los valores del respeto de la diversidad, puedan agruparse suficientemente y actuar con la mayor eficacia posible desde la política y la sociedad civil en contra del peligro de regresiones autoritarias. Y no acentuar sus divisiones.
El desafío planteado a las fuerzas sociales y políticas contrarias a la díada autoritarismo/libremercadismo supone salir de las confrontaciones secundarias del día a día y ofrecer a la ciudadanía algo distinto que introducirse en el escenario delineado por la ultraderecha, aquel centrado en la lucha contra la delincuencia sin considerar sus causas o en el retroceso en derechos sociales o ambientales en nombre del crecimiento, cuya relación de causa a efecto no existe en absoluto salvo para una minoría oligárquica. Deben delinear otro escenario de debate, el de un nuevo ciclo de gobierno con estabilidad y seguridad democráticas y promover su propia agenda de reiterado progreso social, de creación de empleos con derechos y de sostenibilidad económica y ambiental. Competir en la agenda de la pérdida de derechos no tiene ningún sentido.