92 años de tomar partido
Publicó en estos días el escritor argentino Martín Caparrós en El País un diagnóstico terrible sobre los partidos políticos:
Se puede tomar partido, y eso te pone de un lado o del otro... Esta idea de “partido” se inventó, dicen, en Francia y en el Renacimiento para decir que una cantidad de personas —entonces una cantidad de hombres— se unía en pos de un objetivo compartido... Ahora, en todo caso, los partidos son las unidades en que se organiza el descalabro de nuestra vida pública, ese tótem sin cabeza que solemos llamar democracia. Por una de esas piruetas tontas de la historia los partidos políticos, que eran el resultado dinámico y enérgico de la voluntad de esas personas que se reunían para adaptar el mundo a sus ideas, ahora son estructuras muy duras, muy constituidas, donde ingresan personas para adaptar sus ideas al mundo. Los partidos ya no son espacios vocacionales para que los jóvenes empiecen a desarrollar sus pasiones políticas; son, si acaso, la vía para una carrera en la política —que es lo menos político que se puede pensar... Por eso, también, la desconfianza de tantos ciudadanos hacia los partidos. Es un círculo vicioso: por esa desconfianza los mejores no se integran y porque los mejores no se integran crece esa desconfianza —y estamos como estamos. Los partidos, ahora, son estructuras viciadas por las querellas y reyertas de poder, donde lo importante es anotarse en el bando correcto, pegarse al ganador, serle leal y útil y, sobre todo, no meterse en líos. La carrera política es un largo aprendizaje de los trucos y recursos necesarios para no joder al que no hay que joder y gustar al que sí hay que gustar, y mandar más. Y así los políticos, a medida que triunfan en sus partidos, se van alejando más del resto de los ciudadanos, se vuelven más y más piezas del aparato, van olvidando —si alguna vez lo recordaron— que se supone que están ahí para servir a los demás, buscan las formas de servirse de ellos... Por eso, entre otras cosas, ahora los partidos no usan esos ladrillos que llamaban programas: identidades sólidas, propuestas bien diferenciadas que hacían que votarlos mantuviera un sentido.
Soy de los que cree en el "pesimismo de la inteligencia" y en mantener una necesaria lucidez. Por tanto, comparto el diagnóstico de Caparrós. Pero también soy de los que se apoya en el "optimismo de la voluntad", que debe combinarse con ese pesimismo, en la fórmula de Romain Rolland que gustaba de citar Antonio Gramsci, para no sucumbir en el nihilismo. Esta idea la desarrolló en la filosofía contemporánea, entre otros, Ernst Bloch, para quien la "utopía concreta" no es un sueño inalcanzable, sino una anticipación de un futuro mejor y una crítica a la realidad actual.
Yo soy socialista, partido que ha cumplido 92 años el 19 de abril, lo que no es poca cosa y permite la mirada de los tiempos largos. Partí tomando partido en una militancia joven en los años setenta en la izquierda revolucionaria desgajada del socialismo, me alejé de ella criticando su voluntarismo e ingresé a la Convergencia Socialista en 1980, que se integró a uno de los sectores del Partido Socialista hacia 1985 y contribuí a su reunificación en 1989 bajo el impulso de Arrate y Almeyda. El socialismo fue parte decisiva de la redemocratización de Chile, con sus luces y sombras. Fui parte de su dirigencia durante 20 años (período más que suficiente, claro está) y en el balance mantengo la satisfacción de haber contribuido con un grano de arena a recuperar la democracia -imperfecta, pero democracia al fin- junto a dirigencias políticas que supieron hacer bien muchas cosas y junto a las multitudes movilizadas contra una dictadura horrorosa. Y luego procuré mantener, con menos éxito, las banderas igualitarias y libertarias del socialismo y la izquierda en lucha ardua contra los defensores activos o pasivos del orden neoliberal heredado. Interrumpí mi militancia en el PS entre 2016 y 2024 por discrepancias políticas y éticas, empujando la conformación de una nueva coalición de izquierda que terminara con las derivas pragmáticas, pero de sello amplio y con vocación de colaboración con el centro progresista. Esa tarea ya se consolidó en lo principal, por lo que cabía retomar la militancia en el PS, que ahora es parte de una coalición de ese tipo y es de esperar que siga siéndolo como opción de largo plazo, en derrotas y victorias futuras.
Me digo que su larga trayectoria lo hace un canal necesario para las tareas de emancipación de las opresiones y explotaciones existentes, frente a las cuales no basta el liberalismo político, que termina favoreciendo la libertad de las minorías privilegiadas y la subordinación del resto de la sociedad, y frente a las cuales, a la vez, se debe mantener una expresa vigilancia democrática para evitar toda deriva autoritaria en su nombre. Esa trayectoria está enraizada en la diversidad del mundo popular chileno y en la historia nacional, con figuras excepcionales como la de Salvador Allende y con el sacrificio de quienes, como José Tohá, Carlos Lorca, Michelle Peña, Carolina Wiff y tantos y tantas más, dieron su vida por la causa de la libertad para todos, aunque el corto plazo sea de tonalidad gris.
Las preguntas pertinentes no son siempre las del corto plazo, sino también las referidas a si tiene o no sentido luchar contra las oligarquías que concentran el poder y la riqueza en Chile y en el mundo, aquellas que buscan sin escrúpulos mantener a toda costa un orden desigual y depredador basado en privilegios. ¿Como no seguir bregando a favor de las libertades, de los derechos de los que viven de su trabajo y de quienes son discriminados, así como de las actuales y nuevas generaciones amenazadas por el deterioro ambiental? ¿Como no seguir empujando, aunque con frecuencia como Sísifos, la capacidad social de actuar contra los despotismos, la desigualdad de riqueza e ingresos y el crecimiento solo para unos pocos, la inequidad de género y la depredación? ¿Y como no mantener la utopía concreta de un horizonte de democracia participativa, de socialización del bienestar, de acceso plural a la cultura y de una economía próspera y estable y a la vez equitativa y sostenible? En estas circunstancias, no se puede no tomar partido.